Perdón, perdón ante todo por las palabras que puedan salir de mis manos, pues no quiero que ninguna sean dardos envenados dirigidos directamente al corazón. Mis palabras solo quieren escapar de mi boca para que tú me comprendas...



lunes, 10 de enero de 2011

¿Agua Helada?

El sonido de mi voz solo era el reflejo de mi rostro estupefacto. Había sido una sensación extraña, mezcla del asombro y la incredulidad, la que recorrió mi cuerpo en solo un par de segundos.
Lo que más me preocupó es que Él se hubiese percatado de mi tono errático; pues, a través, de la puerta cerrada, era mis palabras las únicas que podían delatarme.
¿Olvido? ¿Cómo podía haberse olvidado de nuestra cita?
- Sandra... ¿Sandra?
Silencio.
- Sandra, abre la puerta por favor. - suplicó mi prometido.
- Estoy desnuda. - hice una pasua para tomar aire y buscar una excusa absurda. - En la ducha... ¡Me estoy duchando!

Tropecé contra el armario de las medicinas, pero me tragué el aullido de dolor pues no quería levantar sospechas, y me lancé contra el grifo, abrí la llave e, instintivamente, me metí, con ropa incluída, bajo un chorro de agua helada.
- ¿Seguro que estás bien? - me gritó.
- ¡¡No te escucho!! - le respondí haciéndome la sorda. - ¿Qué dices?
- Nada. - contestó. - Estoy cansado, me marcho a mi casa.
- Vale... - susurré entre gotitas saladas.
- ¿Me has oído?
- Sí. - zanjé rotundamente. - Mañana hablamos.

Y allí me quedé: Sola, empapada y vestida con mi último conjunto de lencería picantona.
Eso sí, la venganza sería cruel. Lenta, excitante y morbosamente cruel.

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